Último viaje

Sé que compartir con vosotr@s lo que siento me ayudará mucho. Gracias por vuestro cariño y respeto.

Poco a poco y a la vuelta de las vacaciones (los que las hayáis tenido), nos vamos incorporando física y mentalmente a la rutina de nuestras vidas. Unos habréis viajado más cerca o más lejos. Otros, como mi padre, ya hace unos días que nos ha dejado para hacer su último viaje.

Desde pequeña recuerdo que le pedía al Niño Jesús que no le sacara el billete hasta que pasara mucho tiempo, como así ha sido. Mi padre, Manuel, nos dejó este Agosto con noventa años. Esperó, como un caballero, a tener a toda la familia a su lado para marcharse y antes ayudarnos a hacer su maleta que nos dejaba llena de vivencias maravillosas, llenas de amor, cariño y alegría. Registrador de la propiedad gallego y enamorado de su tierra, el tiempo se detenía para él cada vez que nos quería enseñar el encanto y la hermosura de la tierra que veneraba. Pensando en esos momentos me sorprendía con frecuencia a mí misma cantando los versos de Rosalía de Castro.. ”Adiós ríos; adiós, fuentes; adiós, arroyos pequeños; adiós, vista de mis ojos, no sé cuándo nos veremos….”

Estoy contenta porque siempre he podido ver en mi padre un ejemplo de integridad, honestidad y de un grandísimo sentido del humor. Tengo grabados los versos que nos dedicó a mi marido y a mí con motivo de nuestra boda, que entre otras estrofas decían; “Me quedo sin la doctora, que me toma la tensión y me quita a todas horas los pasteles y el turrón…” y a mi marido “ Cuando te cases Ricardo, protégela con esmero y guarda bien este encargo: como la quieras, te quiero”.

Trabajador, amigo de sus amigos y sobretodo generoso y humilde. Todo ello hacía de él una persona extraordinaria. Gracias por transmitirnos todos estos valores, así como tu fe cristiana sin la que ahora no te sentiría tan cerca de mí como te siento. Sé que tu alma está con nosotros y estoy, por ello, muy serena. Triste, pero serena.

Destacaría también tu gran sentido de la familia. No podías ver a nadie enfadado – ¡Daos un abrazo! , solías repetir para zanjar una disputa entre hermanas. Sufrías con la pobreza material que veías a tu alrededor. Eras incapaz de ver un necesitado y no ayudarlo. Recuerdo que, teniendo yo nueve años, me pedías que te echara una mano para repartir las cestas de Navidad a algunos vecinos de la localidad en la que estabas destinado que no andaban muy bien de medios. Te encantaba comprar corbatas y regalarlas a los del barrio, así como los periódicos, libros y la música que compartías con el portero, amigos y familia.

Elegante y presumido. Recuerdo en tus últimos días, mientras te aseábamos, peinábamos y te masajeaba con crema hidratante, te poníamos la sinfonía de Beethoven que más te gustaba y tú levantabas el brazo que podías mover para indicarnos que se había acabado y querías oír más.

Prometí volver de estas vacaciones con las pilas cargadas y con ganas de transmitir toda mi fuerza en mi trabajo, y así lo haré. Ahora, además, tengo doble fuerza ¿Verdad papá?. Me despido de tí como tú lo hacías conmigo tan a menudo: “ Adiós mi vida..”

Dra Villares

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