SER FELIZ CON DIFERENCIA

Está visto que ser diferente también tiene un precio. Llevo días dándole vueltas a los últimos casos de “bullying” (acoso) escolar acontecidos en nuestro país. El perfil psicológico de los que lo sufren suele asociarse a niños que destacan por arriba o por abajo. Mal sí te consideran tonto y peor si destacas por buenas notas, o si te diferencias por tu forma de pensar, vestir, hablar, o tienen defectos físicos o, simplemente “eres diferente a los demás”. ¡Cuánto sufrimiento hay detrás de un acoso escolar y ,sobretodo, cuantas huellas e inseguridades crea de por vida ¡ En la consulta, día a día, vas encontrando a personas muy débiles, acosadas por compañeros de trabajo, otras con menosprecio por parte de sus parejas y algunos por sus propios padres. En este momento me vienen tres casos a la mente:

– Una paciente que había sido Miss en un país americano solía venir a la consulta con su marido. Éste no aceptaba la decadencia física de su mujer y pretendía que ella recuperase parte de la belleza que tenía cuando la conoció hace años. Recuerdo que entonces tuve que reprender seriamente a su marido dejándole claro que sólo haría los tratamientos a los que ella se prestase y no los que le fueran impuestos por su gusto, y así lo hicimos. Ella volvió sola a las siguientes sesiones del tratamiento, más feliz que una perdiz.

– Otro caso trata de una chica joven que estuvo varios años sin salir de su casa por sentirse mal siempre. Su padre había abusado de ella cuando era una niña, y aún lo estába superando. Esta semana la he visto con su pareja que no para de decirle que es bellísima, y esto me alegra el corazón.

– El tercero, unos novios que se quieren casar este verano, pero a él no le gustan unos hoyuelos que tiene su pareja en los glúteos. Tras exponerles a los dos los distintos tratamientos para mejorar esa “singularidad” estética, concluyo y me pronuncio: “realmente hacerse este tratamiento es una estupidez si es para que vd. esté contento. Lo importante es que se lo vea y quiera ella”.

Sí, es verdad. Yo también me considero del grupo de los “diferentes”. Durante mi infancia y adolescencia, por motivos profesionales, mi familia tuvo que residir en diferentes ciudades de España y donde tuve que adaptarme a los cambios de ambiente, costumbres y modas propios que acompañaba el hecho de cambiar de colegios, de vecindario y amigos. Por eso no era raro ser el blanco de la curiosidad, rechazo o burla por ser “nueva” en la clase. Con catorce años me pusieron un aparato ortopédico, de estructura de acero, voluminoso y pesado, para corregir la desviación crónica de mi espalda. En casa me tenían que hacer la ropa a medida porque no había tallas para mí. Ni que decir tiene que no podía correr, ni bailar. Sólo podía descansar del maldito aparato durante 10 minutos diarios de ducha. La “robot”, así me llamaban hasta que cumplí los dieciséis. Entonces ya sólo me quedaron tres años de “brackets” dentales y una buena dosis de acné.

Pero sufrir y tocar fondo te hace fuerte. Encontré otras maneras de expresarme (la guitarra, mis canciones,.. ) que me ayudaron a venirme arriba y afianzar mi carácter. Y esa prueba y el esfuerzo que supuso afrontarla pasaron a formar parte de mí. Y me marcó, tal y como quedan marcadas las cicatrices que dejó en el cuerpo el corsé-robot-ortopédico y que me recordarán para siempre aquella prueba de acero y escayola. ¿Cuánto habrá aportado esto a mi carácter, a mi rebeldía, sinceridad, fortaleza, sensibilidad y empatía? Algo habrá influido -creo yo-. Por ejemplo, en mi capacidad de enfrentarme a los problemas del día a día. Y para aprender a ser feliz con mi diferencia.

Me gustaría transmitir estos sentimientos a todos aquellos que se hayan podido sentir mal por el simple hecho de ser diferentes. Hay que coger aire y decir ¡Basta ya! Desde edades tempranas, hay que aprender a quererse y enseñar a los que tienes a tu alrededor a que te acepten como eres, y si no, no merecerán estar a tu lado.

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